Gacy, El Payaso
Asesino
Género: Thriller, Terror
Temática: Payasos, Terror Homosexual, Basada en hechos
reales, Asesinos en Serie, Violencia, Bizarro, Muerte, Psicopatía
País: Estados Unidos
Duración: 88 Minutos
Año: 2003
Director: Clive Saunders
Guión: Clive
Saunders, David Birke
Intérpretes: Adam Baldwin, Charlie Weber, Mark
Holton, Tom Waldman
Productor: Larry Rattner, Tim Swain
Música: Kevin Kiner, Mark Fontana
Fotografía: Kristian Bernier
Montaje: Chryss Terry, Jeff
Orgill
Sinopsis:
John Wayne Gacy es un ciudadano
modelo. Padre de familia y empresario, incluso se disfrazaba de payaso para
divertir a los niños del hospital local. Pero había algo terrible que su
vecindario desconocía. Las pistas sobre varios chicos desaparecidos condujo a
la policía hasta la vivienda de Gacy en Chicago y todo el país asistió
horrorizado a un impresionante descubrimiento. Todos los detalles de los más de
30 asesinatos se iban exponiendo a la luz pública a la vez que las víctimas
iban siendo descubiertas enterrados bajo su propia casa.
Coñazo de película, donde todo se
hace eterno, la vida de un asesino en serie que mató a unas cuantas personas,
un depravado sexual enfermizo, que por traumas termina con la vida de ciertas
personas, desde el comienzo sabes lo que vas a ver y no decepciona, porque
sabiendo que es mala, lo llevas mejor, un film que en tono general se parece
mucho a las tv movies de serie b que dan mucho pero sin ofrecer nada, y algo
raro para terminar no la recmomiendo, solo si te interesan los asesinos en
serie.
Un 4 y demasiado bueno.
Abajo el artículo de nuestra web amiga: http://www.asesinos-en-serie.com/john-wayne-gacy-el-payaso-asesino/
El lector que a partir de ahora va a
adentrarse en la historia real de John Wayne Gacy descubrirá que el mal
humano se esconde en lugares todavía menos accesibles que una arteria
cerebral colapsada, como la que tenía Gacy desde que se cayera en el
jardín de su casa cuando era niño y que, según algunos expertos,
transformó su cerebro en una mente psicopática. Quizás el mal anide en
las entrañas del alma de algunos hombres que parecen, pero sólo parecen,
buenos.
No cabría otra forma de calificar a un
ciudadano tan ejemplar como John. Era un eficaz hombre de negocios,
dedicado plenamente a hacer crecer su empresa de albañilería y
decoración, a cuidar de su casa, a amar a su segunda esposa y a cultivar
las relaciones sociales. El tiempo libre siempre lo dedicaba a los
demás: organizaba las fiestas vecinales más famosas del barrio, se
vestía de payaso y amenizaba las tardes de los niños ingresados en el
hospital local. Incluso fue tentado por la política y se presentó como
candidato a concejal. Y lo habría llegado a ser si no se hubiera cruzado
en su camino el joven Jeffrey Rignall y su tenaz lucha por la
supervivencia.
El 22 de mayo de 1978, Rignall decidió
salir a tomar unas copas en alguno de los bares del New Town de Chicago.
Mientras paseaba, ya de noche, un coche le cortó el paso. Un hombre de
mediana edad y peso excesivo se ofreció para llevarle a la zona de bares
más famosa del lugar. Rignall, osado, despreocupado, acostumbrado a
viajar haciendo auto stop y, sobre todo, harto de pasar frío, aceptó la
invitación sin sospechar que aquel hombre, en un descuido, le iba a
atacar desde el asiento del conductor y a taparle la nariz violentamente
con un pañuelo impregnado de cloroformo.
Con el hígado reventado por el cloroformo
Lo siguiente que Rignall pudo recordar
fue la imagen de su nuevo colega desnudo frente a él, exhibiendo una
colección de objetos de tortura sexual y describiendo con exactitud cómo
funcionaban y cuánto daño podrían llegar a producir. Rignall pasó toda
la noche aprendiendo sobre sus propias carnes mancilladas una y otra vez
la dolorosa teoría que su secuestrador iba explicando. A la mañana
siguiente, el joven torturado despertaba bajo una estatua del Lincoln
Park de Chicago, completamente vestido, lleno de heridas, con el hígado
destrozado para siempre por el cloroformo, traumatizado… pero vivo.
Tenía el triste honor de ser una de las pocas víctimas que escaparon a
la muerte después de haber pernoctado en el salón de torturas de John
Wayne Gacy. En sólo seis años, 33 jóvenes como él vivieron la misma
experiencia, pero no pudieron contarlo. A veces, el camino hacia el mal
es inescrutable, se esconde y aflora, parece evidente y vuelve a
difuminarse. Toda la vida de Gacy resultó una constante sucesión de idas
y venidas. Fue torpe en los estudios, se matriculó en cinco
universidades y tuvo que abandonarlas todas; sin embargo, terminó su
último intento de estudiar Ciencias Empresariales y se licenció con
brillantez. Hasta llegó a ser un hábil hombre de negocios. Se enroló en
cuantas asociaciones caritativas, cristianas y civiles pudo, pero
mantuvo una oscura relación con su primera esposa, llena de altibajos y
cambios de temperamento. Tuvo dos hijos a los que amó y respetó, sin que
eso nublara un ápice su eficacia para atraer y matar a otros
adolescentes. Resulta, incluso, paradójico que un hombre obeso y
aquejado de graves problemas en la espalda fuera capaz de atacar,
maltratar, matar y enterrar a jóvenes llenos de vigor. Pero lo hizo una y
otra vez, hasta en 33 ocasiones. Y sigue la cosa, si queréis leer más entrad en la web amiga.
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