Intérpretes: Andrew Migliore, Caitlin
R. Kiernan, Guillermo del Toro, Isaac Bradley,
John Carpenter, Neil Gaiman, Peter
Straub, Ramsey Campbell, Robert M. Price, Robin Atkin Downes, S.T. Joshi, Stuart
Gordon
Productor: Frank H. Woodward, James B. Myers, William Janczewski
Música: Mars
Montaje: Richard Thurber
Sinopsis:
Crónica de la vida, obra y mente
del creador de los mitos de Cthulhu, el escritor Lovecraft.
Curioso documental, donde varias
personas conocidas nos hablaran sobre la vida de este gran escritor del terror
más absoluto… EL TERROR A LO DESCONOCIDO, muy recomendable
Temática: Mockumentary, Brujería,
Terror Psicológico, Misterio, Terror Vegetal
País: Estados Unidos
Duración: 86 Minutos
Año: 1999
Director: Daniel Myrick, Eduardo
Sánchez
Guión:Daniel Myrick, Eduardo Sánchez
Intérpretes: Bob Griffith, Heather
Donahue, Jim King, Joshua Leonard, Michael C. , Williams, Patricia DeCou
Productor: Gregg Hale, Robin
Cowie
Música:Tony Cora
Fotografía:Neal Fredericks
Montaje:Daniel Myrick, Eduardo Sánchez
Sinopsis:
En octubre de 1994 tres
estudiantes se metieron en un bosque para rodar un documental sobre una bruja.
Los estudiantes desaparecieron... Un año más tarde la cinta fue encontrada.
Una película que cuando la vi en
la época me dio bastante yuyu, si, miedo al perderse en el bosque y saber que puede
haber algo más allá de lo racional. Ahora una vez revisionada 15 años despúes,
he de decir, que me arrepiento de haberla visto porque me ha roto el encanto,
no por considerarla mala porque no lo creo, sino porque ya no me asusto con
tanta facilidad como antes. Hemos de reconocer que EL PROYECTO DE LA BRUJA DE
BLAIR fue una revolución, aunque no es la primera “mokumentary” si es la que
saltó a la fama y abrió un nuevo subgénero. Cumple muy bien la película con la
manera de ser rodada, no tiene cosas sin sentido como el audio perfecto que
vemos entors filmes por ejemplo pero si, tenemos la histori muy larga con un
desenlace rápido.
No obstante, si debemos apreciar
la manera de introducirnos en el terror que les va acechando noche tras noche. Las
interpretaciones son muy buenas, pero el doblaje puede afectarlas quedándolas
sobre actuadas y lo mejor de todo que no hay música y eso es lo mejor de todo
ya que se apreciaran todos los ruidos atmosféricos del bosque. Resumiendo película
de culto y un mito que con pocas perras hizo maravillas abriendo escuela para
bien o para mal, y que es hoy por hoy, una película que debe ser de visionado
obligatorio independientemente del resultado para el televidente para mi por
recuerdos y porque me asustó y por cariño le pongo un 9.
Intérpretes: Alexandra Durrell, Blane Wheatley, Charles King, Charles
Klausmeyer, Laura Albert, Mark Kinsey Stephenson
Productor: Dean Ramser, Jean-Paul
Ouellette
Música:David Bergeaud
Fotografía:Tom Fraser
Montaje:Wendy J. Plump
Sinopsis:
Allá por el año 1800, una joven
da a luz a una criatura extremadamente horrible. Dada la naturaleza del
monstruo, decide no ponerle ningún nombre y distinguirlo como "el
innombrable". El espécimen mata brutalmente a su familia y queda encerrado
en una cámara durante casi dos siglos, el tiempo que tarda un grupo de
estudiantes curiosos en comprobar si la leyenda que habían oído es realmente
cierta.
Película supuestamente basada en
el relato de H.P. LOVCRAFT, que obviamente esta basada en el principio y poco
más. El señor del mal o El Innombrable es un film de teen-terror, más familiar
que de terror recordándonos a Disturbios en el cementerio y pelis del estilo. En
fin, unos jóvenes hablan de una casa embrujada, y uno de ellos se pica y va por
la noche a pasarla allí, después otro grupo piensa en hacer lo mismo y claro a alguien
le toca los huevos de que le molesten y pasa lo que pasa, una lacriatura dueña
del lugar se encabrona y va a por ellos, matándolos suvemente con refunfuños al
final se encontrarán los primes con el segundo grupo y tendrán que luchar por
sobrevivir. El innombrable es una película entretenida de serie B tirando a
telefim, donde quieren dar el terror del relato pero claro, imposible,
actuaciones decentes aunque a veces sobradas, típico guión y situaciones con
sus clásicos clichés. La música buena pero a mi gusto en abuso, no obstante es
una peli con la que podrás disfrutar y entretenerte aunque se te olvide a la
hora siguiente. Un 6
Y aqui debajo os dejo el relato de nuestro querido (sobre todo para mi) autor Howard Phillips Lovecraft
(1890-1937)
Lo
Innombrable. The
Unnamable
Estábamos sentados en una ruinosa
tumba del siglo XVI, a avanzada hora de la tarde de un día de otoño, en el
viejo cementerio de Arkham, y divagábamos sobre lo innombrable. Mirando hacia
el sauce gigantesco del cementerio, cuyo tronco casi había hundido la antigua y
casi ilegible losa, y había hecho un comentario fantástico sobre el alimento
espectral e incalificable que sus colosales raíces succionaban sin duda de
aquella tierra vetusta y macabra; mi amigo me amonestó por decir esas
tonterías, y añadió que puesto que no se habían efectuado enterramientos desde
hacía más de un siglo, probablemente el árbol no recibía otro alimento que el
ordinario. Añadió además que mi constante alusión a lo «innombrable» y lo
«incalificable» eran un recurso pueril, muy en consonancia con mi escasa
categoría como escritor. Yo era muy aficionado a terminar mis relatos con
suspiros o ruidos que paralizaban las facultades de mis héroes y les dejaban
sin valor, sin palabras y sin recuerdos para decir qué habían experimentado.
Conocemos las cosas, decía él, sólo a través de nuestros cinco sentidos o
nuestras intuiciones religiosas; por tanto, es completamente imposible hacer
referencia a ningún objeto o visión que no pueda describirse claramente
mediante las sólidas definiciones empíricas o las correctas doctrinas
teológicas, preferentemente congregacionalistas, con las modificaciones que la
tradición o sir Arthur Conan Doyle puedan aportar.
Con este amigo, Joel Manton, discutía a menudo lánguidamente. Era director de
la East High School, nacido y criado en Boston, y participaba de esa sordera
autocomplaciente de Nueva Inglaterra para las delicadas insinuaciones de la
vida. Su opinión era que sólo nuestras experiencias normales y objetivas poseen
importancia estética, y que lo que incumbe al artista es no tanto suscitar una
fuerte emoción mediante la acción, el éxtasis y el asombro, como mantener un
plácido interés y apreciación con detalladas y precisas transcripciones de lo
cotidiano. En particular, era contrario a mi preocupación por lo místico y lo
inexplicable; porque aunque creía en lo sobrenatural mucho más que yo, no
admitía que fuera tema suficientemente común para abordarlo en literatura. Para
un intelecto claro, práctico y lógico, era increíble que una mente pudiese
encontrar su mayor placer en la evasión respecto de la rutina diaria, y en las
combinaciones originales y dramáticas de imágenes normalmente reservadas por el
hábito y el cansancio a las trilladas formas de la existencia real. Según él,
todas las cosas y sentimientos tenían dimensiones, propiedades, causas y efectos
fijos; y aunque sabía vagamente que el entendimiento tiene a veces visiones y
sensaciones de naturaleza bastante menos geométrica, clasificable y manejable,
se creía justificado para trazar una línea arbitraria, y desestimar todo
aquello que no puede ser experimentado y comprendido por el ciudadano
ordinario. Además, estaba casi seguro de que no puede existir nada que sea
«innombrable». No era razonable, según él.
Aunque me daba cuenta de que era inútil aducir argumentos imaginativos y
metafísicos frente a la autosatisfacción de un ortodoxo de la vida diurna,
había algo en el escenario de este coloquio vespertino que me incitaba a
discutir más que de costumbre. Las gastadas losas de pizarra, los árboles
patriarcales, los centenarios tejados holandeses de la vieja ciudad embrujada
que se extendía alrededor; todo contribuía a enardecerme el espíritu en defensa
de mi obra; y no tardé en llevar mis ataques al terreno mismo de mi enemigo. En
efecto, no me fue difícil iniciar el contraataque, ya que sabía que Joel Manton
seguía medio aferrado a muchas de las supersticiones de que las gentes
cultivadas habían abandonado ya; creencias en apariciones de personas a punto
de morir en lugares distantes, o impresiones dejadas por antiguos rostros en
las ventanas, a las que se habían asomado en vida. Dar crédito a estas consejas
de vieja campesina, insistía yo, presuponía una fe en la existencia de
sustancias espectrales en la tierra, separadas de sus duplicados materiales y
consiguientes a ellos. Implicaba, además, una capacidad para creer en fenómenos
que estaban más allá de todas las nociones normales; pues si un muerto puede
transmitir su imagen visible o tangible a la distancia de medio mundo o
desplazarse a lo largo de siglos, ¿por qué iba a ser absurdo suponer que las
casas deshabitadas están llenas de extrañas entidades sensibles, o que los
viejos cementerios rebosan de terribles e incorpóreas generaciones de
inteligencias? Y dado que el espíritu, para efectuar las manifestaciones que se
le atribuyen, no puede sufrir limitación alguna de las leyes de la materia,
¿por qué es una extravagancia imaginar que los seres muertos perviven
psíquicamente -en formas —o ausencias de formas— que para el observador humano
resultan absoluta y espantosamente «innombrables»? El «sentido común», al
reflexionar sobre estos temas, le aseguré a mi amigo con calor, no es sino uña
estúpida falta de imaginación y de flexibilidad mental.
Había empezado a oscurecer, pero a ninguno de los dos nos apetecía dejar la
conversación. Manton no parecía impresionado por mis argumentos, y estaba
deseoso de refutarlos Con esa confianza en sus propias opiniones que tanto
éxito le daba como profesor, mientras que yo me sentía demasiado seguro en mi
terreno para temer una derrota. Cayó la noche, y las luces brillaron débilmente
en algunas de las ventanas distantes; pero no nos movimos. Nuestro asiento —un
sepulcro— era bastante cómodo, y yo sabía que a mi prosaico amigo no le
inquietaba la cavernosa grieta que se abría en la antigua obra de ladrillos, maltratada
por las raíces, justo detrás de nosotros, ni la total negrura del lugar que
proyectaba la ruinosa y deshabitada casa del siglo XVII que se interponía entre
nosotros y la calle iluminada. Allí, sentados en la oscuridad, junto a la
hendida tumba próxima a la casa deshabitada, conversábamos sobre lo
«innombrable»; y cuando mi amigo dejó de burlarse, le hablé de la espantosa
prueba que había detrás del relato mío del que más se había burlado él.
El relato se titulaba La ventana del ático y había aparecido en el número de
Whispers correspondiente a enero de 1922. En muchos lugares, especialmente en
el sur y en la costa del Pacífico, retiraron la revista de los kioscos a causa
de las quejas de los estúpidos pusilánimes; pero en Nueva Inglaterra no causó
ninguna emoción, y las gentes se encogieron de hombros ante mis extravagancias.
Era impensable, dijeron, que nadie se sobresaltase con aquel ser biológicamente
imposible; no era sino una conseja más, una habladuría que Cotton Mather había
hecho lo bastante creíble como para incluirla en su caótica Magnalia Christi
Americana, y se hallaba tan pobremente autentificada que ni siquiera se había
atrevido a citar el nombre de la localidad donde había tenido lugar el horror.
Y en cuanto a la ampliación que yo hacía de la breve nota del viejo místico...
¡era completamente imposible, y típica de un plumífero frívolo y fantasioso!
Mather había dicho efectivamente que había nacido semejante ser; pero nadie,
salvo un sensacionalista barato, podría pensar que se hubiese desarrollado, se
fuese asomando a las ventanas de las gentes por las noches, y se ocultara en el
ático de una casa, en cuerpo y alma, hasta que alguien lo descubrió siglos
después en la ventana, aunque no pudo describir qué fue lo que le volvió grises
los cabellos. Todo esto no era más que descarada mediocridad, cosa en la que no
paraba de insistir mi amigo Manton. Entonces le hablé de lo que había
descubierto en un viejo diario redactado entre 1706 y 1723, desenterrado de
entre los papeles de la familia, a menos de una milla de donde estábamos
sentados; de eso, y de la verdad irrefutable de las cicatrices que mi
antepasado tenía en el pecho y la espalda, que el diario describía. Le hablé
también de los temores que abrigaban otras gentes de esa región, y de lo que se
murmuró durante generaciones, y de cómo se demostró que no era fingida la
locura que le sobrevino al niño que entró en 1793 en una casa abandonada para
examinar determinadas huellas que se decía que había.
Fue sin duda un ser horrible... rio es de extrañar que los estudiosos se
estremezcan al abordar la época puritana de Massachussetts. Se conoce muy poca
cosa de lo que ocurrió bajo la superficie, aunque a veces supura horriblemente
con un burbujeo putrescente. El terror a la brujería es un destello de luz de
lo que bullía en los estrujados cerebros de los hombres; pero incluso eso es
una pequeñez. No había belleza, no había libertad... como puede comprobarse en
los restos arquitectónicos y domésticos, y los sermones envenenados de los
rigurosos teólogos. Y dentro de esa herrumbrosa camisa de fuerza, se ocultaban
farfullantes la atrocidad, la perversión y el satanismo. Esta era,
verdaderamente, la apoteosis de lo innombrable.
Cotton Mather, en ese demoníaco sexto libro que nadie debe leer de noche, no se
anda con rodeos al lanzar sus anatemas. Severo como un profeta judío, y
lacónicamente imperturbable como nadie hasta entonces, habla de la bestia que
dio a luz un ser superior a las bestias, aunque inferior al hombre, el ser del
ojo manchado, y del desdichado y vociferante borracho al que ahorcaron por
tener un ojo así. De todo esto se atreve a hablar, aunque no cuenta lo que
ocurrió después. Quizá no llegó a saberlo; o quizá sí, y no se decidió a
contarlo. Hay quien sí que se enteró, aunque no llegó a decir nada... Tampoco
se dio explicación pública de por qué se hablaba con temor de la cerradura de
la puerta que había al pie de la escalera de cierto ático donde vivía un viejo
solitario, amargado y decrépito, el cual se había atrevido a levantar la losa
de determinada sepultura anónima, sobre la cual, sin embargo, existen numerosas
leyendas capaces de helarle la sangre a cualquiera.
Todo está en ese diario ancestral que encontré: las secretas alusiones e
historias susurradas sobre seres con un ojo manchado que andaban asomándose a
las ventanas por la noche o eran vistos por los prados desiertos, cerca de los
bosques. Mi antepasado vio a un ser así en una carretera sombría que corría por
un valle, el cual le dejó señales de cuernos en el pecho y de garras en la
espalda; y cuando buscaron sus pisadas en el polvo, encontraron huellas
mezcladas de pezuñas hendidas y zarpas vagamente antropoides. En una ocasión,
un jinete del servicio de correo contó que había visto a la luz de la luna,
unas horas antes del amanecer, a un viejo corriendo y llamando a una criatura
espantosa que andaba a zancadas por Meadow Hill, y muchos le creyeron. Desde
luego, corrió una extraña historia una noche de 1710, cuando el viejo solitario
y decrépito fue enterrado en una cripta que había detrás de su propia casa,
cerca de la losa de pizarra sin inscripción. Nadie abrió la puerta que daba
acceso a la escalera del ático, sino que dejaron la casa como estaba, pavorosa
y desierta. Cuando se oían ruidos en ella, la gente murmuraba y se estremecía,
confiando en que fuese bastante sólido el cerrojo de la puerta del ático. Más
tarde, esta confianza se vio frustrada cuando el horror se presentó en la casa
parroquial y no dejó una sola alma viva o entera. Con el paso de los años, las
leyendas adoptan un carácter espectral... pero supongo que aquel ser debió de
morir, si era una criatura viva. Su recuerdo sigue siendo espantoso... tanto
más espantoso cuanto que ha sido secreto.
Durante esta narración, mi amigo Manton se había ido quedando en silencio, y
observé que mis palabras le habían impresionado. No se rió al callarme yo, sino
que me preguntó muy serio sobre el niño que enloqueció en 1793, y qué parecía
ser el héroe de mi historia. Le dije que el chico había ido a aquella casa
encantada y desierta, seguramente movido por la curiosidad, ya que creía que
las ventanas conservan latente la imagen de quienes habían estado sentados
junto a ellas. El chico fue a examinar las ventanas de aquel horrible ático a
causa de las historias sobre los seres que se habían visto detrás de ellas, y
regresó gritando frenéticamente.
Cuando acabé de hablar, Manton se quedó pensativo; pero poco a poco volvió a su
actitud analítica. Concedió que quizá había existido realmente un monstruo
espantoso; pero me recordó que ni siquiera la más morbosa aberración de la
naturaleza tiene por qué ser innombrable ni científicamente indescriptible.
Admiré su claridad y persistencia; pero añadí nuevas revelaciones que había
recogido entre la gente de edad. Leyendas espectrales, aclaré, relacionadas con
apariciones monstruosas más horribles que cuantas entidades orgánicas podían
existir; apariciones de formas bestiales y -gigantescas, visibles a veces, y a
veces - sólo tangibles, que flotaban en las noches sin luna y rondaban por la
vieja casa; la cripta que había detrás, y el sepulcro junto a cuya losa
ilegible había brotado un árbol. Tanto si tales apariciones habían matado o no
personas a cornadas o sofocándolas, como se decía en algunas tradiciones no
comprobadas, habían causado una tremenda impresión; y aún eran secretamente
temidas por los más viejos de la región, aunque las nuevas generaciones casi
las habían olvidado... Quizá desaparecieran, si se dejaba de pensar en ellas.
Es más, en lo que se refería a la estética, si las emanaciones psíquicas de las
criaturas humanas consistían en distorsiones grotescas, ¿qué representación
coherente podría expresar o reflejar una nebulosidad gibosa e infame como aquel
espectro de maligna y caótica perversión, aquella blasfemia morbosa de la
naturaleza? Modelado por el cerebro de una pesadilla híbrida, ¿no constituirá
semejante horror vaporoso, con todo su nauseabunda verdad, lo intensa,
escalofriantemente innombrable?
Sin duda se había hecho muy tarde. Un murciélago singularmente silencioso me
tozó al pasar, y creo que a Manton también, porque aunque no podía verle, noté
que levantaba el brazo. Luego dijo:
—Pero, ¿sigue en pie y deshabitada esa casa de la ventana del ático?
—Si —contesté---. Yo la he visto.
—¿Y encontraste algo... en el ático o en algún otro lugar?
—Unos cuantos huesos bajo el alero. Quizá fue eso lo que vio el niño; si era
muy sensible, no necesitó ver nada en el cristal de la ventana para perder la
razón. Si pertenecían al mismo ser, debió de tratarse de una monstruosidad
histérica y delirante. Habría sido blasfemo dejar tales huesos en el mundo; así
que los metí en un saco y los llevé a la tumba que hay detrás de la casa. Había
una abertura por donde los pude arrojar al interior. No pienses que fue una
tontería por mi parte... Quisiera que hubieses visto el cráneo. Tenía unos
cuernos de unas cuatro pulgadas; en cambio, la cara y la mandíbula eran igual
que la tuya o la mía.
Al fin pude notar que Manton, ahora muy cerca de mí, experimentaba un auténtico
escalofrío. Pero su curiosidad no se dejó intimidar.
-¿Y los cristales de las ventanas?
-Habían desaparecido todos. Una de las ventanas había perdido completamente el
marcó; en las demás, no había rastro de cristales en las pequeñas aberturas
romboidales. Eran de esa clase de ventanas de celosía que cayeron en desuso
antes de 1700. Supongo que
llevaban un siglo o más sin cristales... quizá los rompiera el niño, si es que
llegó hasta allí; la leyenda no lo dice.
Manton se quedó pensativo otra vez.
—Me gustaría ver la casa, Carter. ¿Dónde está? Tanto si tiene cristales como si
no, quisiera echarle una ojeada. Y también a la tumba donde pusiste aquellos
huesos, y la otra sepultura sin inscripción... todo eso debe de ser un poco
terrible.
—La has estado viendo... hasta que se ha hecho de noche.
Mi amigo se puso más nervioso de lo que yo me esperaba; porque ante este golpe
de inocente teatralidad, se apartó de mí neuróticamente y dejó escapar un
grito, con una especie de atragantamiento que liberó su tensión contenida. Fue
un grito singular, y tanto mas terrible cuanto que fue contestado. Pues aún
resonaba, cuando oí un crujido en la tenebrosa negrura, y comprendí que se
abría una ventana de celosía en aquella casa vieja y maldita que teníamos allí
cerca. Y dado que todos los demás marcos de ventana hacía tiempo que habían
desaparecido, comprendí que se trataba del marco espantoso de aquella ventana
demoníaca del ático.
Luego nos llegó una ráfaga de aire fétido y glacial procedente de la misma
espantosa dirección, seguida de un alarido penetrante que brotó junto a mí, de
aquella tumba agrietada de hombre y monstruo. Un instante después, fui
derribado del horrible banco donde estaba sentado por el impulso infernal de
una entidad invisible de tamaño gigantesco, aunque de naturaleza indeterminada.
Caí cuan largo era en el moho trenzado de raíces de ese horrendo cementerio,
mientras de la tumba salía un rugido jadeante y un aleteo, y mi fantasía se
valía de ellos para poblar la oscuridad con legiones de seres semejantes a los
deformes condenados de Milton. Se formó un vórtice de viento helado y
devastador, y luego hubo un tableteo de ladrillos y cascotes sueltos; pero,
misericordiosamente, me desvanecí-antes de comprender lo que ocurría.
Manton, aunque más bajo que yo, es más resistente; porque abrimos los ojos casi
al mismo tiempo, a pesar de que sus heridas eran más graves. Nuestras camas
estaban juntas, y en pocos segundos nos enteramos de que estábamos en el
hospital de St. Mary. Las enfermeras se habían congregado a nuestro alrededor,
en tensa curiosidad, ansiosas por ayudar a nuestra memoria, contándonos cómo
habíamos llegado allí; y no tardamos en saber que un granjero nos había
encontrado a mediodía en un campo solitario al otro lado de Meadow Hill, a una
milla del viejo cementerio, en un lugar donde se dice que hubo en otro tiempo
un matadero. Manton tenía dos serias heridas en el pecho, así como algunos
cortes o arañazos menos graves en la espalda. Yo no estaba malherido; pero
tenía el cuerpo cubierto de morados y contusiones de lo más desconcertantes, y
hasta una huella de pezuña hendida. Era evidente que Manton sabía más que yo,
pero no dijo nada a los perplejos e interesados médicos, hasta que le
explicaron cual era la naturaleza de nuestras heridas. Entonces dijo que habíamos
sido victimas de un toro resabiado... aunque resultó difícil explicar e
identificar al animal.
Cuando las enfermeras y los médicos nos dejaron, le susurré una pregunta
sobrecogida:
—¡Dios mío, Manton, ¿qué ha pasado? Esas señales... ¿ha sido eso?
Pero yo estaba demasiado perplejo para alegrarme, cuando me contestó en voz
baja algo que yo medio me esperaba:
—No... no ha sido eso ni mucho menos. Estaba en todas partes... era una
gelatina... un limo.., sin embargo, tenía formas, mil formas espantosas imposibles
de recordar. Tenía ojos... uno de ellos manchado. Era el abismo, el maelstrom,
la abominación final. Carter, ¡era lo innombrable!